Mi LM: lactancia materna

Confieso que me he convertido en una apasionada de la lactancia materna. A veces esto me resulta sorprendente. No tengo ejemplos muy vistosos emocionalmente de ello. Cuando estaba embarazada creía que los biberones eran imprescindibles para los bebés, que le daría tres meses de lactancia mixta a mi beba y luego, «para no batallar», los biberones. Creía que la leche materna era lo mismo que la de fórmula, o quizá que ésta última era más higiénica por estar envasada. Me daba mareo y un poco de repulsión pensar en mis pezones agrandados, oscuros y calientes por las hormonas presentes durante el embarazo, dentro de una minúscula boca hambrienta. Me imaginaba que dolía o que era algo muy tierno. Conforme se fueron acumulando las semanas de embarazo, fui cambiando de opinión, me empezó a parecer hermoso y quizá disfrutable.

Sufrí la noche que no me llevaron a Alaia luego de la operación. Entendí a otras mamás blogueras que contaban su historia de parto. Entendí el: «la peor noche de mi vida». Sin embargo, la primera vez que alimenté a mi bebita, fue y sigue siendo un recuerdo muy hermoso. De madrugada, cuando logré hablar y coincidió con una enfermera con corazón,  la luz  tenue del pasillo de la clínica entraba en la habitación. Alaia envuelta en una cobija color rosa. Su carita cuadrada y el ceño fruncido. Comprendí su dolor y enojo. Como pude, con el catéter aún en la mano, me desabroché la bata áspera y deslavada del hospital, saqué mi pecho y la acerqué. De inmediato abrió su pequeña boca… Succionó. Abría los ojitos y los volvía a entrecerrar. Floté. Las sensaciones de placer amoroso y una ternura que parecía  infinita, se expandían en todo mi cuerpo y corazón.  Dejé de percibir la venda apretada en el vientre, el piso frío, el ruido sordo de la televisión a lo lejos, el paso de las enfermeras y la respiración entrecortada de mi compañera de cuarto. Sólo existimos ella y yo, le pedí perdón por asustarla, por dejarla sola, por no parirla. Y diciéndole en voz baja «bendita seas», «bienvenida». «te amo», «eres mi bebita», continuamos un rato más fuera del espacio y tiempo.

El día siguiente fue muy estresante. Llena la habitación de mujeres-come-mujeres: queriendo que le diera pecho cuando ellas decían, asustándome con que quizá no salía buena para amamantar, que si se me iba la leche, que si salía mala mi leche qué haría, que le diera NAN 1, que si no se pegaba bien al pecho, me pusiera unos catéteres con un biberón de fórmula, que tomara mucho atole de arroz, que no me diera el aire, que si sí la había llenado la noche anterior… luego me llevaron a mi nenita, la acomodaron semisentada frente a mí pero lejos y le empinaron el vasito con fórmula. Ya lloraba de hambre. Escupió todo, lo vomitó. Yo sabía lo que ella quería pero se la llevaron rápido que porque mi leche no la llenaba en ese momento; «sólo» era calostro. Es impresionante e indignante cómo las mismas enfermeras estaban tan ignorantes y llenas de mentiras.

Ya en casa, las cosas no mejoraron mucho. Tuve grietas sangrantes que no cicatrizaban en sólo tres horas que ya pedía su siguiente toma. No quería comprar la leche de fórmula pues intuía que ya no iba a querer/poder darle de la mía después. Mi esposo fue mi escudo protector, mi apoyo, mi animador, mi consciencia. Hizo de todo para lograrlo. Leí más en internet sobre el tema, lo intentamos muchas veces, perdí el pudor; me convertí en la loba-perra-gata de mis dibujos y de las palabras de Laura Gutman cuando describe la maternidad salvaje. Anduve con los pechos al aire, amamantando a demanda, ajustándome a las necesidades; conociendo a mi cachorra humana. Tiré por la ventana el método de contar las horas. Jesús se dedicó a cuidarme durante la semana más hermosa de mi vida. Nunca me había sentido tan querida, tan especial. Me enseñó cómo se siente el amor sin trucos, condiciones, ni balance ganar-perder. A las dos semanas la lactancia estaba instalada, la beba sana y yo haciendo «Drip-art» por todo el piso.

Hoy llevamos 22 meses de lactancia materna, (desde los seis meses aprox con alimentos sólidos), habiendo usado sólo una vez un sacaleche manual, (ni a mi peor enemiga se lo recomendaría), sólo esa vez un biberón, sin chupones ni fórmula. He dejado de escribir estos párrafos para amamantarla. Disfruto mucho esos momentos de cercanía con mi niñita de casi dos años. Se sigue refugiando con «te-te» cuando se asusta o tiene sueño. No hay nada como verla dormir en mis brazos, sentir su peso en mis piernas, su respiración en mi pecho. Optamos por un «auto destete», un proceso suave y a su tiempo. Y pensar que mi primera meta fueron tres meses! Que quería «complementar» con fórmula! Que no sabía si iba a poder! Que pensé en comprar biberones y fórmula! Estoy agradecida con Dios de no haber hecho nada de eso… Habría perdido la segunda oportunidad de apego con mi cachorra humana. Hoy no tendría paciencia, no querría estudiar para doula, no habría sanado las heridas emocionales de la cesárea, estaría repitiendo muchas historias y el amor no habría crecido un poco más dentro de mí.